Por: José Fernando Sandoval Gutiérrez

Esta columna, aunque escrita por un abogado, no está dirigida a otros abogados. Esta columna, la última del año, la escribí pensando en quienes aun no lo son, en quienes aun están recorriendo el camino antes de serlo. La escribí para los estudiantes. Ese que alguna vez fui y que espero nunca dejar de ser. Ahora, si usted ya es abogado, no importa, a lo mejor estas líneas lo llevan a viejos recuerdos y dicen por ahí que recordar es vivir.

El paso por la facultad de derecho puede ser una experiencia que no se limite a los contenidos y a las actividades de las materias del pensum. Hoy es posible que ese paso incluya otros escenarios en los que también se puede adquirir valioso conocimiento que resulte útil en la posterior vida profesional, en la vida por fuera de la facultad, en ese momento cuando ya estamos solos frente al mundo y con nuestros conocimientos como una buena carta de presentación.

Entre las diversas opciones se encuentra aquella sobre la que quiero escribirles, los semilleros de investigación. Para esto voy a enfocarme en tres temas que son parte de la vida en un semillero de investigación: estudiar, escribir y hablar. Por supuesto que con esto estoy lejos de agotar el tema, pero creo que al menos es suficiente para cumplir mi propósito de alentar a los estudiantes a pensar en optar por esta opción.

El siempre inspirador Eduardo J. Couture decía en el primero de lo que se conoce como los mandamientos del abogado: “Estudia: El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado”. Y qué cierto es, pero además qué valiosos son los semilleros de investigación para fortalecer esa disciplina que se requiere para mantenerse actualizado.

Quizá la mejor parte está en que este tipo de grupos permiten al estudiante profundizar exclusivamente en los temas con los que tiene más afinidad, pues son muchas las ramas del derecho que se estudian durante el pregrado y suelen ser sólo algunas esas frente a los que decimos “quiero dedicarme a esto toda mi vida”. Con seguridad, van encontrar un semillero enfocado en esos temas. Y si no existe, con seguridad habrá otras personas con similares intereses y un profesor dispuesto a hacer la orientación, eso es todo lo que se necesita para que un nuevo semillero nazca. Reunidos allí, las habilidades de estudio que se adquieren en el semillero, gracias al ejercicio investigativo que se debe adelantar para redactar ponencias o producir artículos académicos, entre otras cosas que se suelen hacer, posiblemente los lleve a ejercer su futuro oficio con excelencia. No olviden que difícilmente se puede ejercer esta profesión si no se estudia constantemente y no creo pasar por atrevido si tomo la vocería para afirmar que los apasionados del derecho no queremos ser cada día menos abogados.

Pero el abogado no solo debe estudiar, el abogado también suele escribir, lo hace para elaborar demandas, redactar providencias judiciales, escribir libros, o incluso lo hace para crear columnas como esta. Es tan inevitable como apasionante. Y justamente uno de los escenarios en los que se suelen ver más semilleros reunidos tiene que ver con concursos en los que los estudiantes son evaluados a partir de la elaboración de ponencias escritas o de demandas presentadas en el marco de casos hipotéticos y de gran complejidad. Esas habilidades que se desarrollan en este tipo de concursos van a verse reflejadas también en el ejercicio profesional.

Aquí quisiera detenerme en un punto que me parece importante: los abogados deberíamos acostumbrarnos a manejar un lenguaje más claro. Es una realidad que, tratándose de textos jurídicos, suele verse el manejo de un lenguaje que a veces resulta de difícil comprensión o incluso pomposo. Eso, en mi opinión, es innecesario. Al menos como yo lo veo, es más plausible lograr transmitir una idea o un argumento logrando que el lector lo comprenda, incluso si se trata de un tema complejo, que transmitir esa misma idea sin que nadie la entienda porque se utiliza un lenguaje que hace parecer que el texto fue escrito siglos antes de su publicación. ¿Para qué escribir si no es para que al lector le quede claro? Estimados estudiantes, los invito a pensar en la siguiente afirmación: es posible redactar textos jurídicos con lenguaje sencillo y sin perder el rigor técnico. En verdad es posible hacerlo. Deberíamos hacerlo.

Hablar es otra de las herramientas que no pocas veces debe usar un abogado, lo que puede tener ocasión en diferentes escenarios cómo si se dedica a la cátedra, o si se dedica al litigio y por ello debe intervenir en audiencias. Los concursos de semilleros, a los que antes me referí, suelen estar acompañados de etapas en las que se evalúan las competencias orales de los estudiantes, quienes normalmente deben presentar su ponencia ante algún jurado altamente calificado, o deben defender en una audiencia la postura expuesta en la demanda hecha para el caso hipotético.

Hay un aspecto que llama la atención, especialmente en lo que respecta a las competencias necesarias para un buen desempeño en las audiencias que se hacen en casos reales. Me refiero al hecho de que se confunda el “hablar” con el “declamar”. Cuando estudié mi pregrado nos prepararon para afrontar el sistema oral, pero en buena medida siento que nos enseñaron más sobre cómo tener un buen desempeño escénico. En mi opinión, estrictamente personal por supuesto, no es eso lo que realmente un estudiante necesita para afrontar correctamente una audiencia. No hay duda de que transmitir de manera agradable y con adecuada entonación una idea durante una audiencia es algo que a todos nos vendría bien aprender. Pero es más importante que el estudiante fortalezca su capacidad de improvisación. Esto lo digo porque la audiencia es un escenario de argumentación en el que todo ocurre muy rápido. Por ello, lo que considero más importante es aprender a construir argumentos coherentes de manera rápida y lograr transmitirlos de manera clara. Y con esto no quiero decir que la oratoria no sea importante, no me malinterpreten. Sí que es importante. Pero a la hora de interponer un recurso en una audiencia lo que más va a pesar son los argumentos que se expongan contra la providencia y la claridad con que logren transmitirlos al juez. De eso mucho se aprende durante los concursos, pues los estudiantes son sometidos a preguntas que deben responder de manera rápida. En esto es muy valiosa la formación de los semilleros.

Para finalizar, si algún lector aun no se convence de lo valiosos que pueden ser estos grupos de estudio, permítanme señalar como valor agregado el orgullo que siente, debido al trabajo que hacen los estudiantes, quien ha coordinado un semillero de investigación. Y aunque ese orgullo no es lo que les va a servir en su futuro profesional, no quería terminar esta columna sin mencionarlo ya que, como coordinador que he sido, no podría estar mas feliz y orgulloso de los estudiantes a los que la vida me ha dado la oportunidad de orientar.