Por: José Gerardo Candamil.
“Pese a su juventud, algunos están curtidos en la lucha callejera y se organizan con agilidad para hacer una barricada y prender fuego a un contenedor, mientras hacen frente, esperan o buscan a los policías. Otros, inexpertos, gritan y disfrutan lanzando objetos sin ponerse a cubierto y sin preocuparse de quienes les observan. Tampoco existe la figura habitual del activista que llama a la calma en las propias filas. Son protestas sin directrices, que suman adeptos al final de la noche. Las calles siguen calientes” (https://elpais.com/espana/2021-02-18/la-amalgama-violenta-tras-las-manifestaciones.html )
La lectura desprevenida sería la crónica de lo que ocurre en Colombia. El relato inicial sucede igual en Barcelona, Madrid, Paris, Ginebra, Washington, Jerusalén… En fin. De esa protesta surgen o salen o se pegan o emanan o brotan, mimetizados los encapuchados violentos que se conocen como los vándalos.
¿Quiénes son los vándalos? ¿Son estudiantes o no, o son seres desesperados o anarquistas, o terroristas o delincuentes? Lo que usted quiera. Pero en cualquier caso, no olvidemos: son jóvenes.
Si preguntamos en la Corte Constitucional de Colombia, qué se comprende por vandalismo han considerado que “son acciones contrarias al civismo que se espera de los ciudadanos”. Eso lo dejó plasmado en la sentencia C-253-19 cuando revisaba la constitucionalidad de una norma del código nacional de policía y convivencia ciudadana, nombre que fue cambiado por el Congreso para denominarlo código nacional de seguridad y convivencia ciudadana. ¿Les importa que se les diga que no son buenos ciudadanos por sus actos contrarios al civismo? ¿O el nombre de un código?
Si quien contesta es el Presidente de la República, quien recientemente los ha sufrido – y todos los sufrimos – dirá que por su sistematicidad, organización, saqueo violento, destrucción generada, pánico ocasionado, “los vándalos” son terroristas. Y el Estado con razón legal los perseguirá por concierto para delinquir y terrorismo [el código penal colombiano lo define en él artículo 343: el que provoque o mantenga en estado de zozobra o terror a la población o a un sector de ella, mediante actos que pongan en peligro la vida, la integridad física o la libertad de las personas o las edificaciones o medios de comunicación, transporte, procesamiento o conducción de fluidos o fuerzas motrices, valiéndose de medios capaces de causar estragos, incurrirá en prisión de 10 a 15 años y sus agravantes como asaltar o tomar instalaciones de la fuerza pública…]. Pero… ¿Les preocupa el código penal? ¿Les importa la cárcel?
Si le preguntamos a cualquier defensor de derechos humanos contestará que se trata de una muy conveniente razón para la criminalización de la protesta callejera. Pero a los vándalos ¿Les importan los derechos humanos?
O será que ¿la ideología de un Presidente de la República o de un Gobernador o de un Alcalde, es la razón para que el joven se convierta en vándalo? ¿O la ideología es indiferente? ¿O se trata de un fenómeno de desesperación? ¿O es un modelo cuyas características encajan en lo que mencionan como una revolución que la califican como molecular disipada?
En este momento recordé la novela de la extraordinaria Agatha Christie – la reina del crimen – publicada en inglés año 1970 como “Passenger to Frankfurt”, con traducción al español con el título Pasajero para Frankfurt. Ojo: 1970.
En ella, la trama central está en relación con los jóvenes. Jóvenes con características que hoy no dudaríamos en llamar vándalos.
El pasajero para Frankfurt es un diplomático que termina de espía y a quien se le encarga la misión de establecer quién está detrás de los jóvenes que reaccionan violentamente en diferentes ciudades de Europa y se sospecha que tal vez están liderados por industriales o por magnates o por políticos o por científicos o por anarquistas.
Los preocupados gobernantes europeos en conferencias en Paris y en Londres, se refieren al delicado asunto así:
“ … Va más allá de cuanto uno es capaz de imaginar… ¿Pues no estamos todos sufriendo en la actualidad a esos estudiantes? Objetó Monsieur Grosjean. Hay algo más que los estudiantes. Hay que ir más lejos. ¿A qué se puede comparar esto? A un enjambre de abejas. A un desastre de la naturaleza intensificado. Intensificado más allá de lo que uno es capaz de concebir. Desfilan. Disponen de ametralladoras. […] Se proponen ocupar todo…. ¡es una locura! Son unos chiquillos ni más ni menos. Y, sin embargo, disponen de bombas, de explosivos […] ¿Qué es lo que podemos hacer? es lo que pregunto […] La anarquía es algo muy popular en la juventud. […] Jóvenes que han destruido la propiedad, la propiedad gubernamental, la propiedad privada…todo tipo de propiedad. […] Esto tiene que llegar a su término. […] Ha de ser emprendida alguna acción. Una acción militar. Una acción de las Fuerzas Aéreas. Esos anarquistas, esos merodeadores, proceden de todas las clases sociales. Hay que acabar con ellos.”
“[…] se les ha podido dominar parcialmente recurriendo a las bombas lacrimógenas […] las bombas lacrimógenas no bastan. […] Se obtendrían los mismos resultados obligando a los estudiantes a pelar montones de cebollas. También así saldrían lágrimas de sus ojos. Se necesita algo más”.
“¿Se ha pensado en algún gas? […] El rostro del profesor Eckstein se iluminó. Oh! Nosotros tenemos en reserva toda clase de gases […] bueno profesor Eckstein. Muchas gracias. […] Estos científicos son todos iguales – dijo con amargura – Nunca hacen nada que sea práctico. Jamás se les ocurre nada que sea sensato […] Lo que nosotros necesitamos es algo de tipo casero, una especie de herbicida selectivo…”
Más allá de los vándalos – que por supuesto deben confrontar el estado de derecho – la metáfora está en que para esa enorme masa de jóvenes – y los vándalos lo son – que desfilan por miles y que ya no creen en quienes lideran el modelo de democracia representativa, ojalá se nos ocurre más que un herbicida selectivo.